Caminando solitaria, por aquel camino silencioso, por el que tantas veces conversamos, iba. El silencio de mis propios pasos me aturdía y mi cerebro, tan acostumbrado a la cadencia de tu risa, intentaba, inútilmente, al silencio combatir, con él mismo conversando. La monotonía del paisaje, aunado a su silencio, absorbía la vida misma; y en medio de aquel vacío algo maligno nació en mi corazón. Sedienta, bebí agua de un charco donde la luna llena se reflejaba; en ese momento, el monstruo que habitaba en mi, despertó…
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